Fundamentos
"Escultura para revelar lo invisible"
La obra de Rafael Martín Hernández se articula en torno a una búsqueda constante: hacer visible lo que permanece oculto en la experiencia espiritual del ser humano. Su escultura no se limita a representar figuras sagradas; aspira a encarnar una vivencia interior, a traducir en materia los movimientos más íntimos del alma.
Formado en la tradición de la escultura andaluza y castellana, su trabajo bebe del legado histórico pero lo reinterpreta desde una mirada contemporánea, centrada en la emoción, la verdad anatómica y la profundidad simbólica. Cada pieza surge de un estudio exhaustivo del gesto, la expresión y la relación entre el cuerpo y su significado devocional. Para Rafael, la anatomía no es sólo estructura: es una caligrafía del sentimiento, un lenguaje silencioso capaz de narrar dolor, ternura, entrega o resurrección.
Su proceso creador se basa en la convicción de que la imaginería no pertenece únicamente al ámbito artístico, sino al espacio vivo de la fe y de la memoria colectiva. Por ello, concibe sus imágenes como presencias, no como objetos: presencias que acompañan, conmueven e interpelan al fiel. La policromía juega aquí un papel esencial, pues permite restituir la humanidad del rostro y de las carnes, dotando a cada figura de una cercanía emocional que trasciende el tiempo.
En su trayectoria, Rafael ha consolidado un lenguaje que combina naturalismo y poesía, serenidad y dramatismo, equilibrio formal y profundidad espiritual. Sus imágenes no buscan el impacto fácil, sino la transformación interior del espectador. Son obras que respiran, que contienen silencios, que sugieren más de lo que muestran.
En un tiempo en que la imaginería se debate entre la repetición de modelos y la ruptura vacía, Rafael se sitúa en un territorio singular: el de quienes creen que la modernidad no consiste en abandonar la tradición, sino en comprenderla tan profundamente que uno puede renovarla desde dentro. Su escultura se convierte así en un puente entre lo intemporal y lo presente, entre el estudio riguroso del cuerpo humano y la emoción devocional que lo trasciende.
Porque, para él, la misión del imaginero no es inventar nuevas formas, sino despertar nuevas miradas. Y en esa búsqueda, su obra alcanza un lugar propio dentro del panorama contemporáneo: un espacio donde la belleza sirve a la verdad, y la verdad a la espiritualidad.

